jueves, 6 de noviembre de 2008

Barack Obama.

Ayer me acosté muy tarde. A media noche de mi país, el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, dio un emotivo discurso invitando, e iniciando, una nueva era para ese país. Un cuatro de noviembre se partió la historia del mundo, porque un presidente tiene los cojones de tomar las riendas de un país hundido en una terrible crisis económica y de decirle a ese pueblo, y al resto de los pueblos del mundo, “yes we can”. La celebración se extendió por el mundo. En África, Australia, Japón y varios países más se escuchó decir, con esperanza, yes we can. Hasta en San Basilio de Palenque y Turbaco se armó la parranda. Los líderes mundiales, que poco poco quieren a los gringos, lo felicitaron porque ahora las cosas van a ser a otro precio. Es un hombre que habla de paz tras un tirano que habló de guerra y torturó en medio de una guerra sospechosamente conveniente para él.

Por primera vez en mi vida, estoy absolutamente seguro de que Hugo Chávez, Fidel Castro y Álvaro Uribe estaban en el mismo plan que yo: entre las cobijas, viendo la transmisión por CNN de la elección. No puedo garantizar que tuviesen las medias puestas, yo si, por el terrible frío de las noches bogotanas. Sé que a Chávez y a Fidel les gustó la elección, porque Obama aseguró en campaña querer hablar con ellos, supongo que es para preguntarles cual es la joda, y posiblemente de esas charlas salga lo mejor para los pueblos de Venezuela, Cuba y Estados Unidos. El que seguramente arreó la madre fue Uribe: los Republicanos le exigían bien poco en materia de derechos humanos, lo que le acarreó la pérdida del TLC. El Partido Demócrata exigía a Colombia la mejora en materia de derechos humanos.

La percepción general en Colombia es que la llegada de Obama nos va a dañar todo, básicamente porque él no apoya el TLC y está dispuesto a hablar con nuestros incómodos vecinos. Pero eso pasa porque llegó el cambio, porque ahora debemos responsabilizarnos y dialogar, porque ya no podemos simplemente ignorar segmentos de población para protestar después en su contra, ya no es posible asesinar sindicalistas, ni hacer asesinatos extrajudiciales que el gobierno se ha visto forzado a reconocer en los últimos días. Ahora el romance comercial entre Colombia y Estados Unidos se terminó, ahora si se señalan los defectos de nuestra nación en ámbitos distintos de la mera economía. Al fin se nos va a exigir en aspectos sociales, que es la principal dolencia de este país (insisto, no es la guerra, esa es sólo un síntoma).

Pero más allá de eso, la llegada de un afroamericano a la presidencia del país más importante del mundo nos dice que las barreras raciales se están rompiendo, no porque los blancos estén con los negros, sino porque las minorías, las pequeñas luchas, al fin se están uniendo para conformar una gran lucha, una lucha por la justicia guiados por un miembro de estas minorías. No puedo garantizar que sea el mejor presidente de los Estados Unidos ni que sea la panacea a los problemas mundiales, pero sé que al menos garantiza la existencia de un clima de diálogo, clima que Bush no podía ni quería garantizar. Esperemos a ver qué pasa en los próximos cuatro años. Lo cierto es que las cosas no van a ser fáciles para esta nueva esperanza mundial.

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