jueves, 31 de marzo de 2011

¿y dónde están los filósofos?

Recientemente, la revista Arcadia preguntó por los filósofos. Así como cuando el pastor protestante Johann Friedrich Zöllner preguntó en la Berlinische Monatsschrift qué era la ilustración y se armó un tremendo boroloco del cual heredamos la famosa respuesta Kantiana (que no fue ni la primera ni la única), la revista Arcadia nos reta a los que tenemos un cartón que dice “filósofo” a preguntarnos por nuestra posición y nuestra función social. En un país como Colombia, donde hay tanto para ver desde tantos puntos de vista, en este bello despelote que tenemos de patria, los filósofos tenemos MUCHO qué decir… pero no lo hacemos.
Soy bastante crítico de la filosofía. O mejor, de mis colegas filósofos. A la filosofía le debo, sin duda alguna, una coherencia y estructuración de pensamiento que me ha ayudado a granjearme el título de “lúcido” a mí, que soy un sofista más del montón. Tengo colegas mucho más claros y lúcidos, y tengo el placer y el honor de que algunos de ellos se sepan mi nombre, o incluso me consideren su amigo. Pero entre nosotros hay una virulenta enfermedad peligrosísima: el cartón.
Seamos claros. Yo tengo un cartón firmado por mucha gente que dice que soy filósofo. No, no lo soy. Filósofo es Kant, filósofo es Platón, filósofo es Hobbes, y puedo seguir enumerando clásicos para mostrar un punto que no será nunca claro. Por ahora, yo tengo algo que creo que ellos no tuvieron, una certificación, una legitimación que dice que soy filósofo ante una sociedad y un Estado. Aunque eso me dé una pose de intelectual que a veces considero detestable, no me convierte en un filósofo. No sé qué sea un filósofo, pero sé que una persona de 20 años recién graduada de la universidad, que seguramente aún tiene acné y apenas se afeita, no es un filósofo. Quiero idealizar, sí, porque la filosofía no es un cartón, sino una firma de vida. Por eso mismo no tomé un doctorado y preferiré seguir buscando maestrías (no en Filosofía, ya diré por qué): porque un docto es una persona que sabe mucho, y aún no hay palo para esa cuchara.
Yo, como poseedor de un cartón, agradezco infinitamente al Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional, así como a mi profesor de Religión del colegio y a algunos otros, el haberme hecho quien soy. No sería nada sin ellos. Sin embargo, tengo claro que la obtención del cartón no es sino el principio: aprendí a desenterrar y deshuesar cadáveres, ahora tengo que hacer algo con lo que me dicen. Y no voy a decir que soy el único que quiere hacer algo con ese andamiaje metodológico, el artículo nombra al paisa por sus esfuerzos loables para llevar la filosofía a la calle. Pero hay mucho por hacer, más en un país como Colombia. Y algo importante: mucho por decir. Y aún más importante: Mucho por escuchar.
La filosofía está encerrada, explicaba casualmente a un compañero que me preguntó por el destino de mi carrera académica. Está encerrada en sí misma, no sale al mundo, no aterriza, está feliz en el pensadero de Aristófanes. Y si el día de mañana tengo que competir con algún amigo mío por un puesto, sé que tendré esa ventaja: tal vez no sea tan bueno como él interpretando, pero tengo tanto experiencia como conocimientos en pedagogía, trabajo social, historia, sociología, Ciencia Política y hasta manejo de programas raros de computador. Poquitos y básicos, por supuesto, pero al menos los tengo. La filosofía no quiere salir de su torre de mármol, sin darse cuenta de todo lo que se pierden.
Es realmente triste ver cómo en otras áreas del conocimiento mis pequeñas herramientas conceptuales ayudan a resolver disputas intrincadísimas de personas que no tienen esos conocimientos en filosofía, y cómo la filosofía se podría nutrir de las disputas y conclusiones de otras ciencias y artes, y cómo disputas filosóficas ya tuvieron su respuesta hace mucho y son tema olvidado. Ese aparataje conceptual y rigor que tenemos los que conseguimos el papelito que nos legitima como filósofos es una ventaja enorme. No es algo privativo de los filósofos, hay gente dura en todo lado, pero los que sobrevivimos a cinco años de correcciones en ese sentido tenemos algo de ventaja.
Se me viene a la cabeza Mockus (quienes no conocen este blog, casi inactivo ya, entérense: es una suerte de juego de automatismo psíquico, así que si a veces divago, no me culpen, cúlpense por perder el tiempo leyendo este blog). En su campaña para la presidencia tenía una serie de propuestas que en teoría sonaban muy bonitas, pero por eso le pudo dar palo Santos en el último debate que vi: porque realmente esas propuestas estaban en el aire, tenían poco cimiento en la realidad y en el fondo no representaban nada distinto de lo que representaba Uribe. No voté, pero no me molesta que mi presi Juanma haya quedado de presidente: era el menor de dos males.
Mockus es el ejemplo paradigmático de un filósofo que no se unta de realidad. El apoyo irrestricto de mis colegas a su campaña me preocupa. Creo que era ante todo el visceral fanatismo de tener a un coleguita en el puesto “más poderoso” del país los llenaba de ilusión. A mí, de miedo, porque recordaba los mitos del rey filósofo y las tiranías que implicaban. Pero los filósofos sí han hecho cosas interesantes. Pienso en personas como Bourdieu, gran sociólogo de raíz filosófica, o Foucault, que a pesar de ser filósofo, aportó a la historia, la lingüística, la política y no sé qué más, pero me imagino que mucho más. El trabajo de Agamben después del 11 de septiembre merece también ser nombrado (antes de eso era un buen ejemplo de lo que digo… ¡pospolítica!). Incluso, podemos nombrar a Marx, que a pesar de haber traído al mundo la peste del comunismo y los hippies, y a pesar de ser el peor astrólogo de la historia, desenmascaró muchas ollas podridas de la sociedad de su época que siguen apestando hoy. Hobbes aportó sin saberlo a la teoría de las Relaciones Internacionales y Descartes intentó aportar a la medicina pero fracasó en el intento, Leibniz era un genio a secas, y hay que nombrar los aportes de Wittgenstein a la gastronomía y la cultura al ser el primer emo que peló papas (no me podía quedar sin decirlo, perdonen los wittgenstenianos).
La filosofía tiene muchísimo para dar, pero por alguna razón los filósofos no quieren darlo. De otras áreas toman lo que pueden, a veces fuera de su contexto, y lo utilizan, mientras la filosofía se niega a salir de su torre de cristal (y hacer el ridículo cuando lo hace por mero desconocimiento). Hay mucho por hacer, y por fortuna son (o somos) muchos los que lo hacen (o hacemos). Hay muchísimo por aportar, pero sé que podríamos ser muchos los que lo intentamos pero muy pocos los que nos atrevemos. Espero ser algún día un filósofo, y merecerme esa legitimación que tengo ante la sociedad. Quién sabe, sólo el tiempo lo dirá.