martes, 6 de diciembre de 2011

Novena reflexión: La empresa universitaria



La Universidad es una empresa, y debe competir con calidad y buscar su financiamiento. Esto dará escozor a algunos, pero mientras el sueño de la igualdad de condiciones no se cumpla, tendremos que mordernos el codo. Pero la Universidad no es cualquier empresa. Las empresas con ánimo de lucro -es decir, cualquier empresa- buscan optimización, es decir, minimizar gastos para maximizar beneficios. Las Universidades son entidades sin ánimo de lucro en Colombia. Es decir, no operan bajo esa lógica, sino que todo lo que ganan deben reinvertirlo en su función social. Parte de su función social, al parecer, es pagar sueldos astronómicos a sus directivos. Miento, eso no pasa en todas, pero sí sé de muchas.
Con el fin de sustentar sus astronómicos sueldos y para que se vea la plata que se va en nómina, las universidades maximizan sus entradas. No por medio de la producción científica, porque en Colombia los mayores avances científicos parecen ser que hayamos descubierto cómo hacer explosivos con base en tubérculos, básicamente porque son la única producción de la que se escucha. Irónicamente, universidades de más bajo perfil dan mayores resultados que las pomposas universidades más reputadas. Y los proyectos productivos poco se ve que redunden en ganancia económica para la universidad sino para el inventor, es decir, trabajamos individualmente y no en equipo. Eso no está mal, pero hay mejores maneras de ganar todos.
Esa investigación academicocientífica debería ser el origen de la financiación. Y aunque rasque decirlo, hay que crear para vender, para ganar de alguna forma. Dejar de quejarnos y empezar a hacer. Lo que se hace actualmente es recortar nómina de profesores y operativos, disminuir horas de clase y quitar actividades de bienestar universitario a la vez que se aumenta el número de estudiantes que acceden a la educación, dificultando la tarea del profesor como mediador individual entre el estudiante y la actualización de sus capacidades en potencia: tengo estudiantes de los que jamás aprendí el nombre. Esos gastos deberían mantenerse si garantizan la productividad de la institución, su autofinanciación y su reinversión. Además, hará mayor bien a la sociedad que el gasto en aerosoles, limpiadores y tubérculos de cada marcha.

Octava reflexión: La educación integral



La Ley 30 dice que la educación debe ser integral. Así como el pan saludable debe ser integral. El problema de la analogía es que sabemos qué trae el pan integral, mientras que aún no sabemos qué significa una educación integral.
Intentaré responder la pregunta proponiendo una división tentadora pero que me gusta aunque no sea mía. El ser humano está hecho de cuerpo, emociones, espíritu y mente. Eso lo asume la educación básica y la secundaria, pero no la superior. En la Universidad puedes echar cerveza, fumar y conseguir barriga, además de acabar con tus hábitos alimenticios regulados: días enteros comiendo pizza o empanada y a deshoras mientras corres de una clase a la otra. Eso, a los 30, se llamará gastritis. Ni qué decir de mi Alma Mater, donde los marihuaneros de toda la ciudad tienen carta blanca para intoxicarse, haciendo que los que no consumimos estemos en riesgo ante las micro mafias del narcotráfico en los pastales de la universidad. Por donde lo veamos, la indefinición de lo que es la educación integral está acabándonos.
Estoy sugiriendo incluir el saber-ser como competencia rectora de la universidad. En mi formación académica jamás tuve que hacer ninguna clase de ejercicio físico. Muchos lo agradecimos en ese momento, pero cuando se agotan los 20, el cuerpo empieza a manifestar su desacuerdo. Así mismo, la más grande lección de ética la recibí del Maestro Fernando Zalamea en un solo regaño. Eso nos obliga a replantear el modelo educativo tradicional y llegar a uno más vivencial. Nada nuevo, ya se ha hecho. Hay que aplicarlo.
Así mismo, los profesores debemos asumirnos como figuras de conducta. No tiene sentido que un profesor de ética acepte sobornos sexuales o económicos de sus estudiantes. No tiene sentido que un profesor robe una tienda, así sea para darle el botín a un indigente ignorando así el trabajo de una cadena productiva entera (y exigiendo respeto después). Tal vez, no es tan buena idea que los profesores seamos tan jóvenes. Aunque el problema no radica en la juventud, sino en la conducta. La educación integral exige que el profesor profese una buena conducta dentro y fuera del aula, esa es la dignidad que debemos darnos.
El problema no radica en el conocimiento, sino en la negación del ser a favor de esa esquinita llamada conocimiento.  

Séptima reflexión: Los fines de la educación.



La ilustración nos enseñó que el fin máximo del hombre son la racionalidad y el conocimiento. En ese sentido, uno de los grandes logros del espíritu es la freidora  humana de los Nazis: lograron hacer una línea de producción de la muerte: entra hombre, sale cadáver. Y eso a gran escala. Lograron hacer racional la mayor irracionalidad del hombre. Así mismo, los sistemas avalados como más racionales en la economía son un soberano sinsentido: lo más racional es dañar al prójimo y causar su pobreza económica. La filosofía no se ha quedado atrás: la moda (al menos en América) es desentrañar y destrozar a los clásicos para robarles toda la belleza por ser “irracional”.
EL fin de la educación también debe ser el conocimiento, pero no sólo eso. No debe ser el sufrimiento propio o del prójimo. La izquierda también hace sufrir, al menos a mí no me interesaría en lo más mínimo que se elimine todo arte burgués. Soy un burgués, y aunque no ande a la moda, todos tenemos derecho a vestirnos como se nos pegue en gana, no como al dictador se le apetezca. Y el que diga que mis palabras son falsas, debe recordar la revolución cultural de Mao y sus proezas dictatoriales. El sufrimiento no es el fin de la educación, es el realzamiento de los valores individuales, de las habilidades, los sueños y capacidades. Si usted quiere ser un teórico del derecho, puede hacerlo, y si prefiere ser un abogado de oficio, también. Pero no tiene sentido que unos y otros sean obligados a sufrir con lo que no les gusta. Es necesario, por supuesto, que el estudiante sepa en qué se mete, pero no que sea juzgado por eso, y eso es en lo que se convierte una calificación, especialmente cuando la asignatura no es de los amores del estudiante, lo cual nos obliga a replantear los niveles básicos de competencia de los programas, las exigencias tanto académicas como económicas, y la famosa flexibilidad, que he visto en bien pocos currículos.
 Educar es un acto de amor, pero el amor es de a dos, y en el amor no se sufre (en serio… de otra manera, bien pendejo el que se enamora).

Sexta reflexión. La educación incluyente y universal



La educación debe ser universal. Si. Y si se puede, que nos claven impuestos como locos o busquen financiación para realizar este sueño. Apuesto a que los estudiantes y a los profesores les gusta eso, y a los que ya no lo somos no. Vemos las cosas desde distintos lados de la barrera. Yo me paré en la barrera, y veo que unos piensan en que les suban el sueldo, los otros confunden eso con la calidad y los otros no esperan gran cosa de eso, les da la misma. O tal vez a todos les pasa lo mismo: el estudiante exige plata para la educación pero no va a clase, el profesor exige plata porque espera que le mejoren el sueldo, y al que no es ninguno de estos, le da la misma. Pero no nos preocupamos por la calidad. El Ministerio de Educación impone ciertos mínimos que a la larga ni se cumplen ni sirven para otra cosa que lanzar vouchers que digan “Registro de alta calidad”.
Pero no es de eso que quiero hablar. La educación, sin importar cómo la financiemos, debe servir para hacernos felices. Por educación universal no entiendo una escuela obligatoria que no llevará a otra cosa que a un montón de desempleados con título. La educación universal, como la entiendo, significa que haya una oferta suficiente para que yo, como persona, pueda buscar y alcanzar mis objetivos de vida, ser feliz. El resto es perorata neoliberal o viejocomunista. El estado mínimo  y desregulador del malvado Hayek garantiza que haya igualdad de oportunidades, mientras esa igualdad se fomente por fuera del mercado (lo dice en algún lado de “Camino de servidumbre”, no recuerdo en dónde ni tengo la cita a la mano porque regalé ese libro, pero igual al que la pida se la consigo). Las diferencias sociales son ya un problema, y más aún tratar de eliminarlas desde fuera del mercado en una economía como la colombiana, donde el dinero garantiza una “mejor” educación. Lo que un Estado debe evitar es eso. Educación pública, gratuita y con una oferta que me ayude a hacer bien las cosas para alcanzar mis sueños. Cómo se financie, no me importa. Lo que es claro es que tiene que haber componentes de formación empresarial en cualquier carrera, además de la técnica en cuestión. La siguiente implicación es que debemos tener derecho a cualquier nivel de educación. No todos queremos ser doctores. Y no nos lo pueden exigir.